Vais a ser testigos de mi confesión, y os juro que para deciros, yo soy ninfómana, hay que saber olvidar la verguenza y el pudor. Es difícil, pero después de decirlo una se siente liberada.
Yo soy ninfómana es erotismo de saxofón, sobreactuado, ondulante y rojo pasión. Vulgar por sofisticación. Junto al hiperdramático fotógrafo Robert Lefebvre, que se esforzó en un cromatismo casi manierista y fue capaz de planos caleidoscópicos en su evocación del pecado, y en alianza con el guionista Claude Mulot (que en 1975 dirigiría, bajo el seudónimo de Frédéric Lansac, el clásico del cine porno El sexo que habla –Le sexe qui parle- ), Pécas dio forma a una película vestida de bagatela psicoanalítica, en la que la supuesta lección moral iba a coartar lo que había que mostrar. La voz en off paliaría la tenue construcción de personajes y las carencias narrativas, y Yo soy ninfómana se resolvería en una especie de melodrama tosco y gratuito que, con la excusa de tratar los peligros del libre albedrío, se entregaba a la exhibición pura y dura de la monísima Sandra Julien (protagonista un año después de Le frisson des vampires –Jean Rollin-) y al retrato engolado de una sexualidad en la que caben masturbaciones, tríos, orgías y encuentros esporádicos. El resto es la lucha interna y el sentimiento de culpa de una joven que llegará a encomendarse a la psiquiatría, a la iglesia y a tratamientos de choque para acabar, claro, redimiéndose por amor. Auténtico cine fariseo, toda una tradición de la sexploitation.
A young woman falls down a staircase, and suddenly becomes... a nymphomaniac.
Pobre y sin mayores alicientes. El Coleccionista
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