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Una película de atmósfera, donde enseguida se detecta la mirada de su directora, fascinada por la cultura oriental. Casi se diría que rodar en Tokio es un pretexto, un deseo al fin satisfecho. Isabel Coixet juega a ser Wong Kar Wai. Pero no es Wong Kar Wai. Se esfuerza en atrapar el "mood", el estado de ánimo de los personajes, todos con el corazón roto, llevando a cuestas consigo su melancolía. David no necesita que el señor Nagara le culpe de la muerte de Midori, él mismo asume esa tarea. Es egoísta en la relación que inicia con Ryu, y lo sabe; también ella lo sabe, pero acepta la situación, porque parece que tal tesitura es lo más cerca que se ha sentido de estar viva en mucho tiempo. Hay momentos en que verdaderamente Coixet contagia al espectador de la tristeza de los personajes; pero a la vez, en muchos pasajes la "música" suena a falsete. Resulta difícil aceptar que el "encargo" asesino devenga en extraña, compleja relación, con encuentros en un motel donde la directora se detiene con morosidad erótica excesiva, que pretende homenajear a cierto cine erótico nipón expresamente citado; sin llegar a los extremos ridículos de Caótica Ana de Julio Medem, hay algún momento en que se roza tan peligroso terreno de perder cierto sentido de la realidad; y el final teñido de fatalismo tiene cierta belleza, pero también está susurrando al espectador la petición de la suspensión de la incredulidad. Hay cierta intención de decir "qué cantidad de cosas trascendentes estoy contando", sobre la incomunicación, el amor, el dolor, y a la vez, no se deja de transmitir la sensación de que todo es demasiado leve, que no se atisba siquiera la complejidad de la entrega al otro, del sacrificio, del amor en suma.
Estéticamente, la película es un regalo para los sentidos, ya sea en el apartado visual, ese Tokio nocturno de subyugante belleza, o en el sonoro, de gran importancia, y donde se distinguen y cobran gran importancia los ruidos del agua, un tranvía, el roce de un papel o de un vestido, el que se hace al beber o al masticar, un motor, etc., a la hora de componer la atmósfera de la soledad en la que están inmersos los personajes. Hay un buen trabajo actoral, sobre todo de Rinko Kikuchi, aunque se trata, sobre todo, de un ejercicio de estilo de la directora.
A dramatic thriller that centers on a fish-market employee who doubles as a contract killer.
"No funciona (...) Los problemas empiezan por el guión (...) se pierde en un ritual de frases demasiado afectadas para la emoción, demasiado esquemáticas (...) Nada es creíble." (Luis Martínez: Diario El Mundo)
"Tengo la sensación de saber lo que va a pasar (...) No me creo nada, aunque todo es como muy bonito, muy lírico, muy desgarrado (...) Me parece una tontería." (Carlos Boyero: Diario El País)
"Coixet remata su buena faena con un doble bajonazo: un inverosímil asesino y una canción de Antony and the Johnsons, convertidos definitivamente en un cliché de lo guay más que en un sello de autoría." (Javier Ocaña: Diario El País)
"La película es de una coherencia absoluta (con las coordenadas de su propia autora) y ofrece la impostación, la intención y el vuelco sentimental que se espera de ella." (E. Rodríguez Marchante: Diario ABC)
"Una poderosa ficción, con alma de relato breve, Coixet en estado puro y que posee más capas de lo que parece." (Jordi Costa: Fotogramas)
"La intensidad que la historia pedía nunca se consuma. Nada emociona. Todo parece un ejercicio de estilo, prodigiosamente rodado, eso sí, tan caprichoso como autocomplaciente." (David Bernal: Cinemanía)
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